Acomodado en su viejo sillón
y balanceando ligeramente su cuerpo,
pasa el abuelo las horas,
que transcurren lentas,
buscando calor junto al fuego.
En su rostro están marcadas
las cicatrices del tiempo,
y en sus manos, las fisuras,
del trabajo de jornalero.
Acaricia su niñez,
que se agolpa muchas veces en sus sueños,
o su juventud lozana, tan efímera y marchita,
tan atrás ya… tan lejos.
Vivencias desvanecidas
de grandes amores o leves anhelos.
La vida se va apagando, poco a poco,
como se extinguió la brasa
que un día albergó su fuego.
¡Abuelo dame la mano y vámonos juntos al huerto!
Te llevaré hasta el rosal;
el que con tanto mimo cuidó tu ser amado;
Y yo sé, abuelo, que a ti te gusta regarlo
… con las gotas del rocío… y las lágrimas de tu llanto.
Cristina Sánchez-Torres Mosso
C/ Velázquez, nº 37, 28001 MADRID
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