De un alero pendían las salazones oreándose,
y madurando, y apoyados contra la pared
eternizaban los cajones con botellas vacías.
Algunos conocidos, con los años y codos apoyados
en el mostrador, apuraban una ginebra transparente o un vino
oscuro antes de dirigirse a ninguna parte, esperando
que culminara otro día sin sobresaltos, y me afectó
que ninguno arrimara a preguntarme qué hacía allí.
El pueblo apagado y lánguido duraba, y del pasado virtuoso
despuntaba escasa la memoria.
Me aparté resignado y emprendí el paseo que insumía poco.
Contadas calles en cualquier dirección concluían abruptas
en los campos cultivados.
Un espacio mínimo y confuso reteniendo sobradas historias,
añadida la propia, que terminaría de una vez y para siempre
cuando hallara a la que se había ido y buscaba afanosamente.
Carlos Guillermo Lorenz Montalva
BUENOS AIRES (ARGENTINA)
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