lunes, 17 de septiembre de 2012

ANTOLOGÍA 2011: LA LINDA

Cuando ya hacía rato que toda la gente se había marchado
del cementerio, Rosario continuaba rascando la oreja de la perra
que, como buena cazadora, sin mover un músculo,
miraba a la tumba y esperaba el silbido de su amo.
-Tú sí que le querías, verdad, ¿Linda?
La perra siguió sin moverse.
-Cuarenta años juntos y ni una sola lágrima. Se conoce
que las gasté todas con mi Ángel del Señor. –Dijo Rosario,
besando la fotografía de su hijo.

Al momento, la Linda, agotada de esperar el silbido de su amo,
cayó derrumbada sobre el regazo de Rosario, y desconsolada,
derramó lágrimas por ella.



Eugenio Rey Huerta
SANTIAGO DE COMPOSTELA (PONTEVEDRA)


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