lunes, 10 de diciembre de 2012

DE LO VIRTUAL A LO REAL

Rodrigo64 era su nombre en el chat. La fotografía de su página lucía
un poco borrosa, quizás había sido tomada con la cámara
del ordenador. Algunas fotos digitales no son lo que aparentan.
Lo digo porque la mía también fue hecha de semejante modo y,
además, sometida a pequeños retoques usando photoshop.
Llevábamos meses intercambiando mensajes. Nuestros rostros
en la esquina de la pantalla, siempre cortejaban nuestras largas
conversaciones.
Llegó el día de conocernos personalmente. Me senté al final
de la barra del Black Cat, como habíamos acordado, con un pañuelo
malva enroscado al cuello. No sé bien cuánto tiempo pasó,
pues no tengo costumbre de llevar reloj de pulsera. Después de un
buen rato, sonó un teléfono en alguna parte detrás del mostrador.
El cantinero, arrastrando los pasos, se acercó al aparato.
Con exquisito cuidado secaba una copa con un paño de felpa blanco
y con el auricular comprimido entre la oreja y el hombro murmuró
algunos monosílabos. Colocó la copa limpia en un estante de espejos
relucientes y acercándose con su paso lento me dijo:
-Un tal Rodrigo acaba de llamar y le pide que lo disculpe,
pero no podrá venir.
Salí del bar arrancándome el pañuelo del cuello. Subí a grandes
zancadas las escaleras de mi apartamento y corrí al ordenador.
Cliqué varias veces hasta llegar a la página de Rodrigo.
Traté de abrirla, pero me negaba el acceso. Mi mano encima
del ratón se movía en varias direcciones y, con agilidad de roedor,
pulsaba el botón izquierdo tercamente. Me había borrado
definitivamente de sus “amigos”.

Lisset López Bidopia
OTTAWA, (Canadá)


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