lunes, 25 de febrero de 2013

RETALES DE MADUREZ

Cuando nuestra segunda hija nació
estuvo ingresada cincuenta y cuatro días en neonatos.
Desde su incubadora contemplábamos el mundo.
Nuestros ojos se limitaban a ver qué novedad había en aquel cuerpo
de ochocientos gramos y el sufrimiento parecía infinito.
La mente era una peonza en la que rodaban mil pensamientos.
Los días se estiraban, las noches eran intermitentes,
costaba amanecer.
Tras un largo paréntesis de reflexión, la hija, ahora ya convertida
en madre, recuerda a sus padres. Y me veo injusta delante
de su cariño. Me siento delatada en la pupila de la conciencia
que nos convierte en semejantes y nos acerca más a la comprensión.
Desde la tolerancia es más fácil ser condescendiente.
El respeto surge al verme reflejada en su sombra.
El reconocimiento a mis padres surge de mis propias hijas.

Silvia Moya Cercós
VALENCIA

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