ANDANZAS
Todos los españoles y españolas nos vemos forzados a
realizar algún
tipo de acercamiento a las célebres andanzas, de tal
guisa que las
conocemos desde la misma distancia con la que conocemos
el patio
del colegio y las esquinas de aquellas calles. Pintamos
sus colores
con la brocha gorda de la memoria lejana. Nos escondemos
en los
rincones cuando queremos fumar alguna hierba y volver al
vientre
de nuestras madres o al de nuestras novias que a esto le
concedemos
bastante importancia. Al mismo tiempo, nos olvidamos de
ver
las manos actualizadas de la gente, sus injusticias
actualizadas;
la cara oculta de la gente o su otro rostro, el que
muestra la gente.
Pienso que todo sería distinto si no nos viéramos forzados
a mirar
esas andanzas. Un ancestro muerto en tierra, que ya no
existe ni
existirá jamás. Solo adquiere sentido cuando somos viejos
y comienza a apetecernos mirar al pasado.
Hasta los treinta años, por lo menos, nuestra obligación
es ojear
hacia adelante y crear un mundo diferente; nuestro,
entero, cerebral.
Deberíamos leer solo libros futuristas, fantásticos,
factibles, para
coger ideas e ir haciendo pruebas. Diseñaríamos calles,
cubiertas de
vello, por las que podríamos caminar descalzos como por alfombras.
Y colegios en las praderas, con flores, agua, árboles y
piedras, cielo.
No gigantes ni molinos ni Sancho. Así era el edén, al fin
y al cabo.
Es ridícula esta idea que también creamos nosotros mismos
si luego nos vemos forzados a descreérnosla. Me preocupa
esto.
Y me siento ridículo cargando con esta preocupación.
Así que imagino las cosas de otro modo. Imagino que aquel
caballero tuvo melenas en ristre y patines con los que
perseguía
mariposas. Un día, revolvió las hojas de un académico que
pasaba
y cayeron todas de cara al suelo, el futuro abierto al
arcoíris.
Ricardo Lamelas
Frías
Licenciado en
Psicología
GUADALIX DE LA
SIERRA (Madrid)
(VIII Antología pág. 35)
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