QUIJOTES DE LA PALABRA
Los poetas no son más que polvo de humos,
una estrategia desmesurada del andar peregrino, errante.
Carecen de norte, de sur, de cualquier indicación del
destino,
carecen de la palabra precisa, de la armonía del alma,
que se
derrocha en el incipiente paso del desdén.
No es posible cerrar la puerta y aminorar sus huellas,
los poetas no pueden más que enmascarar el dolor, para
hacerlo eco,
para hacerlo carne, letra o simple tempestad que limpia
las heridas.
Los poetas se han negado al mutismo y han de morir en la
palabra,
como hierba que florece en tiempos inciertos, como gota
en el rocío,
que no conocerá el alba.
Los poetas han levantado los brazos, han levantado la
voz,
han aminorado el cuerpo, su equipaje yace perdido en la
utopía del
sueño, se han sometido al destierro de las letras
inacabadas.
El abandonarse al mundo implica, desperdigar el alma, la
esencia,
y despojarse, del orgasmo silencioso que otorga la
palabra.
Cuesta vida el despilfarro de letras a media voz,
atrapado, el grito
desgarra la garganta.
La lucidez es muerte inexorable de la palabra,
no hay barcos de papel, no existen mundos por conquistar,
no existen caminos iluminados por quijotescas cimas, ni
sueños
anclados a la ilusión.
Desmigajados en el incontrolable eco de las carencias
ancestrales,
permanecen los desahucios del idioma, los días y las
horas vanos.
Mundanas utopías llevan los poetas en su voz,
solo son despojos, sombras de un amanecer oscuro,
sembrado por la
niebla de un lento despertar…
Solo son seres inacabados,
sin la lucidez propia de quienes actúan cual robot.
Mónica Arango
Rincón
Magíster en
Culturas y Literaturas Comparadas
por la Universidad
Nacional de Córdoba (Argentina)
(VIII Antología pág. 33)
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