CONQUISTA
Creí haber conquistado tierras lejanas. Guardé en la
maleta los
espejismos, las quimeras, las ganas. Crucé el océano de
dudas,
tejiendo los miedos en su inmensa mirada y desembarqué
en el amanecer de los Andes, tocando la meseta argentina
con las yemas, recordando el danzón que tras el malecón
provoca
las inquietudes. Me quedé observando aquellas noches que
encerraban días, acentos desiguales, candentes atmósferas
de lejanías, humos de orígenes perdidos, rocas que
silenciosas
hablaban de tiempos y memorias.
Días guardados en mi bolsillo, terrones de imágenes
detenidas
en otras geografías, como cuando la gota recorre los
trópicos
de la piel, y no encontré más conquista que el
conjugarnos
con el mismo verbo, acentuar el tono de la vida, las nostalgias
con huracanes y sierras, lagos en la punta de los dedos,
de tierras que llevamos como único bagaje.
Creí haber conquistado horizontes inexorables, y exploré
la
imaginaria en el mismo cielo que vemos todos, allá, donde
el inicio
del fin es solo la curva de la línea que nos separa.
Somos lengua, palabra hispana que une culturas, pueblos,
aldeas,
una orquesta perfectamente coordinada, donde se
transfiguran bailes
y notas, sinfonías de tiempos enfrentados, letanías y
sueños.
Éramos, fuimos y seremos, ascuas latentes de la misma
hoguera,
arreboles en el extremo del mundo, de nuestro mundo,
porque el
agua que nos separa es tan diminuta como la gota que
quita la sed
y nutre el alma.
Raquel Viejobueno
(VIII Antología pág. 17)
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