viernes, 27 de febrero de 2015

ANTOLOGÍA 2014: LAS DIEZ

LAS DIEZ

Retrocedo varios pasos mientras mis ojos pasean a través de las
manecillas del reloj que adorna la vieja fachada de la estación.
Con ellas intento atrapar un tiempo que se escapa ante mí, dándome
la espalda y dejando tras de sí una estela de memorias candentes que
deberán de enfriarse muy pronto. Recuerdos de una familia, unos
amigos, un pueblo, un país. Recuerdos que me vieron nacer y me
ayudaron a vivir. Recuerdos que me ofrecieron un suelo donde pisar
y me dieron una invitación para morir.

A lo lejos, oigo el estallido de unas voces que avanzan ahogando
el sonido de las calles por las que caminan. Mis ojos se despegan del
reloj para contemplar, por última vez, las paredes de la ciudad que
me ha arropado. Paredes ahora cubiertas por carteles, panfletos y
pintadas que se enfrentan en color, forma e ideología.
Paredes que sirven de caballete a un dibujo nacional descompuesto
por el descontento de un pueblo aplastado por la injusticia.

Las voces vuelven a estallar, desviando mi atención hacia la calle
desde la que nacen, mientras que por la puerta de la estación se
distingue una voz que anuncia la inminencia de un viaje. La salida
de un tren que me hará sentir como un extraño en el momento en
el que emprenda su marcha. Un tren que me convertirá en forastero
vaya a donde vaya.

Comienzo a andar hacia sus puertas, mientras que las voces
aumentan su beligerancia. Subo arropado por olas de protestas y
logro distinguir algunas pancartas que hacen su aparición en la plaza.
Ahora sigo oyendo las voces. También las sirenas. Y frente a las
puertas me siento culpable, inepto, vulnerable. De repente, varios
estruendos coinciden a la vez. Uno el del reloj anunciando las diez.
Otro que acompaña al inicio de la marcha del tren. Y otro más que
acompaña a los gritos en una plaza que ya no puedo ver.

Pablo Bueno Duque
Estudiante de Filosofía
(VIII Antología pág. 131)

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