martes, 3 de marzo de 2015

ANTOLOGÍA 2014: LA LLAMADA DE LA TIERRA

LA LLAMADA DE LA TIERRA

Alguien levantó la persiana de una ventanilla y unos leves rayos
de luz se colaron en el interior del avión. Solo entonces Julia reparó
en el detalle. Su asiento estaba en la fila 14, la misma del viaje de
ida. “No llores cariño, en un par de años, estamos de vuelta”, le dijo
entonces Manolo. Acababan de casarse pero en lugar de luna de
miel, cruzaban el Atlántico en busca de futuro, de un trabajo, de una
oportunidad, en busca de un destino. Todo provisional,
por supuesto, solo un paréntesis porque, como él decía,
“nuestras raíces siguen en su tierra”.

Pasaron dos años, tres, quince… y así hasta cuarenta y cinco.
Siempre planeando el retorno. Llegaron los hijos y más tarde los
nietos. Manolo siempre les habló de su pueblo, de sus gentes, de
las tradiciones y de la tierra, sobre todo de la tierra a la que “pronto
vamos a volver”.

Siempre la tuvo cerca, incluso físicamente. Conservó como un tesoro
un saquito de arena que había llenado junto al río un día antes de
emprender el viaje. Lo sacaba del baúl en cada bautizo y repetía,
invariablemente, el mismo ritual. Cogía unos granitos y él mismo
los ponía en la frente del bebé: “Has nacido aquí, pero esta también
es tu tierra”.

Aquel saquito presidió cada cena de Nochevieja.
Después de las uvas, Manolo lo cogía en una mano mientras con la
otra tomaba la copa para brindar y expresar su primer deseo: “… este
año volveremos”.

Esta vez acertó, pero ahora Julia tampoco podía contener las
lágrimas, incapaz de sacar de su mente tantos recuerdos y la
imagen de ese saquito de tierra que ella misma había colocado
cuidadosamente sobre su pecho y sujeto con las manos. Julia no
podía dejar de pensar en la oscuridad de la bodega de carga en la
que viajaba el ataúd de Manolo, abrazado a su tierra antes de volver
a ella para siempre.

Jesús Espada Triguero
Periodista
(VIII Antología pág. 135)

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