DISCULPA ACEPTADA
Valparaíso
es un anfiteatro natural donde el Pacífico presenta diariamente su obra máxima
de azules increíbles. Dicen que la ciudad nunca fue fundada, que subió a los
cerros espontáneamente, y yo disfruto de esa versión en la que el destino no se
detiene en tecnicismos.
Aprendí
por experiencia que es muy propio de recién llegados, eso de contar las cuadras
en el mapa sin tener en cuenta las pendientes. Así, camino a la casa de Neruda,
la geografía me obligó a continuas paradas de descanso y las paredes se
presentaron a mi paso lento, inesperadamente pobladas de poemas y cantos. Poesía
a cielo abierto. Parece que no hay poeta de habla hispana que no tenga su lugar
en los muros de Valparaíso. Subí el cerro, disfrutando autores. Alcancé a
García Lorca, presente en azulejos celestes y blancos, cada pocos pasos. Vi más
arriba a Huidobro y a Gabriela Mistral, y llegué a la casa de don Pablo
recitando uno de sus poemas.
Horas
después, en el camino de regreso me detuve de repente ante una frase de
Benedetti. Un extranjero que caminaba
detrás de mí y tuvo que hacer maravillas para esquivarme, justificó mi
descuido: «Es que no hay como el español para la poesía». Desapareció en
segundos. Tal vez había intentado iniciar conversación pero pensó que yo no
podía seguir su ritmo de caminata. Me demoré nuevamente ante los versos de
Rubén Darío que se derramaban cuesta abajo desde los peldaños de una casa en
una esquina.
Solo
cuando oscureció y ya no pude disfrutar de las lecturas, me detuve por un café.
Descubrí entonces al turista en la mesa contigua. Nos reconocimos con un gesto,
en silencio. No cruzamos palabra hasta que, tras varios incómodos minutos, él
se trasladó a mi mesa sin invitación previa y se disculpó diciendo: «Es que no
hay peor silencio que el del español».
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Mónica Difulvio
BUENOS AIRES
(Argentina)
(IX Antología)
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