EL QUIJOTE CON UN REGUSTO DE AVELLANAS
Corrían los años cincuenta. Mi padre regentaba una
panadería en el pueblo de Girona donde yo había nacido. Me pasaba el santo día
recluido en la escuela, con unos curas severos que nos inculcaban nociones de
pecado y mea culpa. Un día apareció Juanito, enjuto como un duende. Utilizaría el horno
para cocer los frutos secos que vendía delante del cine. No sé cuándo empezó a
hablarme del Quijote. «Ramón, ¿sabes
qué le dijo don Quijote a Sancho?». Y uno a uno iba desovillando los episodios
de la obra, con don Quijote rozando las nubes y Sancho a ras del suelo. Al
final, me revelaba el consejo derivado del pasaje seleccionado: que no viera la
paja en el ojo ajeno antes que la viga en el propio; que no consintiera que
anduvieran musarañas ante los ojos y me pasase la vida papando vientos; que
buscase la compañía de los mejores, pues quien a buen árbol se arrima, buena
sombra le cobija.
No podría decir con exactitud el intersticio en la malla
uniforme del tiempo por el que se escabulló, dejando tras de sí una difusa
añoranza como la que dejan algunos juguetes rotos. Un día, en Barcelona, divisé
su silueta mínima y, súbitamente, rescaté del olvido un tiempo en que fui
feliz. A veces la vida te da la oportunidad de nivelar la balanza, de saldar
viejas cuentas. Le cogí las manos y le dije emocionado: «Estudio literatura,
pero nunca jamás encontraré a nadie que me explique el Quijote como lo
hacía usted en el obrador de casa. Para mí, el Quijote siempre tendrá el deje de su voz y un regusto de avellanas».
Nos dimos un abrazo y le seguí con la mirada, Ramblas
abajo, hasta desaparecer engullido por la marea humana. Iría seguramente a
recrear el episodio de don Quijote en la playa o a coleccionar ocasos póstumos antes
de abandonar el escenario de la farsa.
Ramón Alabau i
Selva
Nacido en RIPOLL
(Gerona) en 1947
Profesor de lengua
francesa desde 1964 hasta 2011
(IX Antología)
No hay comentarios:
Publicar un comentario