SOLO ERA CUESTIÓN DE KILÓMETROS
Subimos en un tren para cruzar toda España de norte a
sur. Viajábamos para visitar a la familia que vivía en una aldea, yo con mis
ocho años aún no los conocía y la ilusión por pisar el lugar donde habían
nacido mis padres era titánica. Corrían los años sesenta.
Una vez en la aldea comprobé que las mujeres vestían de
negro llegándoles las faldas hasta los tobillos y que nunca se pintaban los
labios. Más tarde supe que las gentes de allí no conocían más mundo que aquel y
las chicas no sabían nadar porque tenían prohibido ponerse bañador («¡qué
vergüenza enseñar las carnes!»), que no iban de excursión con chicos («¡qué dirán!»),
que solo sabían coser y cocinar («¡qué mujeres de su casa!»). También que los
niños jugaban con niños y las niñas entre ellas.
De donde yo venía las mujeres vestían vivos colores por
encima de la rodilla y se pintaban los labios, las chicas sabían nadar en
varios estilos y visitaban ciudades en pandilla; con el tiempo se hacían
maestras, diseñadoras, arquitectas… y de allí, donde yo venía, mi mejor amigo
era un niño.
En la aldea me aburría. Me asfixiaba y quería irme cuanto
antes.
Al año siguiente nos fuimos a vivir donde habían nacido
mis padres con muchos ahorros en los bolsillos. Mi padre arrinconó sus
corbatas, sus libros, la ternura y se compró un gran terreno y una burra. Mi
madre dejó de pintarse los labios y sus vestidos de colorines envejecieron en
el armario junto con su vocación de escritora. Se sacudieron, en cuestión de
días y sin esfuerzo, lo vivido en años atrás para «facer Españas» y después
convertirse en seres cansados, rústicos, oscuros como lo eran antes de emigrar.
Hubo un tiempo en el que había dos Españas en un mismo
tiempo pero con siglos de diferencia. Pisar una o la otra solo era cuestión de
kilómetros.
Sebastiana Espín
Valera
Educadora social
MURCIA
(IX Antología)
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