ENTRE RÍOS
Con brío mozo, de chiquito el hijo aprendió las regiones
de España en un mapa político que colgaba de una escarpia sobre el encerado.
Columbró las provincias que integraban Castilla la Vieja y también las de
Castilla la Nueva.
Con ingenua insolencia cincuenta años después, el hijo
tenía los sesenta bien contados, le cambiaron la historia, le condenaron a
repetirla. El nieto de aquel hijo aprendió las comunidades autónomas e insertó
en la memoria qué provincias componían Castilla y León y cuáles Castilla-La
Mancha.
Con ingenua insolencia se despidió a la Gramática de Bello
para poder hablar de trabajadores y trabajadoras, niños y niñas, ciudadanos y
ciudadanas, padre y madre en lugar de padres, y lo vendieron como lenguaje
integrador. Nuevas palabras acompañaron al diccionario, pero quedó Machado.
Con ingenua insolencia vinieron enseñas, himnos y una
educación centrada en lo local para diferenciarnos, y se olvidaron de la
bandera blanca, para siempre. Así revivieron el reproche y la envidia.
Siguieron miradas maliciosas de inteligencia en los hombres y se les prohibió
soñar.
Pero el Duero y el Tajo se plantaron a los hombres desde
un mapa físico; sempiterna itinerancia por la península ibérica en su afán de
matrimoniar, de morir en pos del mismo azulino océano al canto del poeta.
Con ingenua insolencia se enredaron en disculpas,
cohonestando cada cual su actitud de ira, echándose las partes en cara la
responsabilidad de la provocación y casi volvieron los ademanes de pelea, las
frases despectivas, pero no se reanudó la lucha, felizmente abortada.
Después los ríos permanecieron ahí, fluyendo,
sugestivamente poéticos, como invitando a las almas a una vida de remansos y de
olvidos, desterrando para siempre las aguas turbulentas y las miserias humanas.
Luis Miguel
Carreras Jiménez
Funcionario
ARRECIFE DE
LANZAROTE
(IX Antología)
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