LAS PALABRAS MEJORES
Nunca he viajado a la América que habla español, pero la
he leído. El páramo incendiado de Rulfo, la sangrienta revolución de
Carpentier, los inflamados y terrosos versos de Neruda, los mundos mentales e
infinitos de Borges, la húmeda melancolía de Onetti, la desmesura exacta de
García Márquez, la violencia y el humor de Vargas Llosa, la intrincada
imaginación de Cortázar, La Habana resucitada en la memoria de Cabrera Infante.
No es lo mismo, lo sé. Las palabras revelan, ante todo, al autor, y solo
secundariamente a la tierra, al paisaje, al continente asombroso; pero, por
otra parte, solo las palabras explican, inquieren, comprenden, hacen dudar,
ponen en valor y en solfa lo que hay. Es decir, que la vivencia, sin el
lenguaje que la hace entendible y pensable, sería cúmulo informe de imágenes y
sensaciones, fluido más o menos agradable en el que flotar, pero en el que
sería imposible nadar, avanzar. En cambio, la vivencia de las palabras mejores
contiene la experiencia y el conocer de los que saben más que uno, de quienes
antes que nosotros han sido capaces de rasgar el velo de lo aparente y penetrar
en el fundamento, en la savia de la realidad. La vivencia hecha lenguaje es
útil; hecha gran literatura, imprescindible.
Nunca he viajado a la América que habla español, pero la
he leído.
César Ibáñez Paris
Nacido en ZARAGOZA en 1963, reside en Soria
Licenciado en
Filología Hispánica
Profesor de
Secundaria
(IX Antología)
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