lunes, 14 de diciembre de 2015

SEGUNDO PREMIO OROLA 2015



BRINDIS DE UNA TARDE DE VERANO

A lo lejos el sol se hunde en la marisma.
Yo la contemplo desde los altos cerros
y veo la montaña de sal oscurecerse.
La vida sabe a poco en los labios del hombre:
apenas un destello, un relámpago sordo.

Pero abril es eterno debajo de la luz
que se derrama, lenta, sobre las parras verdes
y sobre los olivos de esta tierra. Los hombres
vuelven de sus labores con cestos, a lo lejos,
y las mujeres llevan delantales manchados.
Caminan sobre el manto de la tierra
recogiendo las uvas verdes de la alegría.
España, vieja rueda de trabajos y años
donde se muele el tiempo, la dicha y los cantares.

Pero el vino es liturgia de la tierra
que levanta en su altar las plegarias del mundo.
Por eso alzo mi copa,
en las últimas luces de este día
antes de que las sombras inunden nuestros ojos.

Brindo por nuestros cuerpos tumbados en la hierba
de un campo interminable, por la dicha
de unos ojos que miran otros ojos
como un espejo puro de metal y fuego.
Brindo por las mañanas de San Juan,
por los niños corriendo por los largos pasillos,
por las luces nocturnas de la ciudad dormida,
por las dunas cubiertas de enebrales
con hileras de hormigas avanzando en sus hojas,
y brindo por las calles infectadas del puerto.
  
Brindo por esta tierra,
patria de las cigüeñas y los buitres,
por sus montes brillando bajo la luz de mayo,
por la risa nerviosa de una muchacha frágil
y por su piel de almíbar, porque un hombre
que no es nada y que nada merecía
tuvo la extraña suerte de la dicha.

Brindo por el misterio de esta hora
mientras arde a lo lejos, como un disco de fuego,
toda la luz del mundo sobre el mar.

Alejandro Martín Navarro
Licenciado y doctor en Filosofía
Licenciado en Antropología Social y Cultural
Profesor de Secundaria y traductor
DOS HERMANAS (Sevilla)
(IX Antología)

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