miércoles, 24 de febrero de 2016

ANTOLOGÍA 2015: UN GRITO EN LA HISTORIA



UN GRITO EN LA HISTORIA

Soldado de los Tercios Viejos, herido, hambriento, agotado, sucio y tiritando de fiebre, el gaditano Manuel Flores escupe mezclada con sangre la tierra que se le ha metido en la boca al tirarse de bruces al suelo ante otra andanada de los cañones flamencos. Un poco delante de él, también jadeante y aplastado contra el suelo, ve a su alférez Esteban García buscándose por todas partes los últimos restos de pólvora para recargar la pistola de chispa a la que tiene derecho como oficial y que se sujeta a la cintura con una cuerda de atar cerdos. Esteban ha gritado algo de España y del rey para lanzar a sus hombres al asalto, pero los cañones del enemigo han gritado más que su voz y todos han acabado, vivos los que pueden, por el suelo. «¡España y el rey!»... España tan desagradecida y tan lejos… y en cuanto al rey, es verdad que todos han jurado lealtad a su soberano don Felipe II, pero Lolo Flores no le ha visto nunca. A su hermanastro sí, a don Juan de Austria le ha tenido cara a cara hace dos días. Todos firmes mientras el capitán pasaba revista. Firmes hasta los cojos y tullidos utilizando el mosquetón como muleta, vista al frente hasta los ciegos con la cabeza vendada con trapos. También dijo que era por el rey y por España. Por ellos ya son siete meses sin cobrar la soldada, los mismos que sin recibir paño para remendar los uniformes hechos jirones que avergonzarían a un mendigo, ni armas y municiones, ni suministros para comer algo más que raíces y rapiñas de las aldeas y las granjas ya devastadas antes de alcanzarlas, ni remedios para los heridos, ni refuerzos, ni capellán para cantar las misas o dar extremaunciones que al menos salven el alma de los que agonizan por la guerra o el tifus…

Con una herida en el muslo izquierdo que se reabre y sangra al moverse y con otra, ya de días, que le inmoviliza la mano del mismo lado y que se amorata y negrea con barruntos de olor a cloaca, Lolo Flores ve como el alférez al fin ha cebado su pistola. El oficial hace ballesta con los riñones y las rodillas aún pegado al suelo, mira hacia atrás repasando los hombres que todavía le quedan vivos y por un momento se sostienen la mirada los dos soldados. Por eso casi ni necesita oír el grito que lanza Esteban García y salta con él sin ninguna duda hacia adelante, hacia las trincheras flamencas que quizá les sirvan esa noche de sepultura: «¡Por España!».

Enrique López Oneto
(IX Antología)


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