INMIGRANTE
Los niños
no sentíamos carencia alguna…
Nunca
pedíamos mucho y siempre compartíamos todo. No entendíamos de guerras ni de
migraciones. Tampoco nos reconocíamos como hijos de anteriores inmigrantes.
Solo recibíamos con los brazos abiertos y los ojos asombrados, la novedad de
los recién llegados. Y supongo que ellos deben haber confortado sus penas en
nuestra curiosidad infantil y nuestras risas.
Recuerdo
que reíamos mucho cuando los que habían cruzado el mar, confundían el orden de
las estaciones… insistían en agostos calurosos y yo me preguntaba cómo, siendo
gente adulta, podían confundirse tanto.
Los
niños sabíamos realmente poco de climas y absolutamente nada de hemisferios…
Recuerdo a doña María sentada en el murallón de la costanera, envuelta en el
mismo chal con que bajara del barco que la había traído de España, con sus ojos
claros humedeciéndose en el horizonte del Río de la Plata y sus labios serenos
describiendo lejanas primaveras… de abril.
Los niños no conocíamos la palabra exilio. Jamás
imaginamos las añoranzas de los abuelos. Tampoco imaginamos que su valor, su
trabajo y su esperanza en el porvenir iban a ahogarse en célebres desaciertos
políticos y atropellos que un día nos traerían a nosotros, sus nietos, a mojar
los pies en su Mediterráneo, mirando a las aguas de frente y preguntándole al
mar si nos encuentra parecidos a aquellos jóvenes cuya sangre traemos de
regreso.
Dicen
que soy la viva imagen del abuelo Manuel. ¿Realmente me le parezco?
Todos
los cuentos de mi infancia navegaron tus aguas, en la voz de mis abuelos. Hoy
estoy frente a ti, con los pies en la arena, coronados de tu espuma.
España
está a mis espaldas. ¿Me abrirá sus brazos?
Guardo
silencio y tu espuma vuelve a mis pies.
… Sabes
que tengo miedo de darme la vuelta.
Mónica Difulvio
Nacida en BUENOS
AIRES (Argentina) en 1958
(VIII Antología)
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