DE CARÁCTER FAMILIAR
Algunos familiares eran para mí
voces. Ellos vivían en las cintas que mi padre reproducía en un magnetófono. Yo
miraba atenta cómo giraban aquellas dos ruedas. Quizá esperara que surgiese
algún rostro de esos carretes en los que desde Mar del Plata (Argentina) tíos y
primos nos devanaban su existencia. En la España de aquellos años sesenta les
correspondíamos de igual modo, pasándonos el micrófono de mano en mano en
cualquier tarde dominical que desembocaba a muchísimos kilómetros. Aquellas
epístolas sonoras de uno y otro lado del Atlántico siempre comenzaban: «Esta es
una grabación de carácter familiar».
Cuando el cartero nos entregaba un
sobre franqueado con sellos que no llevaban su precio en pesetas sino en pesos,
yo sabía que allí dentro iba mi nombre pronunciado varias veces con una
entonación risueña, obviamente influenciada por el habla azucarada de allí. Con
el paquete aún sin abrir, me preguntaba cómo era posible que en agosto
estuvieran en invierno esos tíos y primos únicamente visibles en fotos y que,
además, llevaran siempre los relojes tan atrasados. La vida me resolvió esos
interrogantes. Después, en ambas orillas del océano crecieron las ausencias
alrededor de la mesa, hasta que las cintas magnetofónicas desaparecieron por
completo.
Los descendientes de aquellos
parientes que emigraron a Argentina vinieron a instalarse en España hace una
década. Fue el viaje inverso y quizá previsible pero posiblemente no el último.
Tal vez pronto dé
otra vuelta nuestra noria.
Victoria Trigo
Bello
Zaragoza
(VIII Antología)
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