LA MANO SANA
El morisco Cide Hamete Benengeli al poner por escrito en
su idioma las andanzas de un tal don Quijote de la Mancha, lejos estaba de
imaginar que, en otra lengua distinta a la suya, alcanzaría fama universal. Ni
al propio Alonso Quijano, émulo de Amadises y Roldanes, en una España dual,
bucólica o caballeresca, conceptista o culterana, le alcanzó un atisbo de su
propia inmortalidad. Ni Sancho Panza, asombrado de verse en los papeles,
sentíase paradigma de popular sapiencia y natural criterio, ni menos sospechaba
que habría de traspasar el tiempo y el
espacio como lo hizo. Ni Aldonza Lorenzo soñó por un instante que, a mayor
gloria de Dulcinea, su nombre sería recordado por los siglos de los siglos. Ni
la Mancha misma, proyecto de una España universal y anónima, concebir pudo
alcanzar tal proyección y renombre por un «no querer acordarse». No percibieron
los personajes que viven en las páginas de El ingenioso hidalgo su arquetípico
destino, el poliédrico sino que los multiplica y recrea en cada mente que ora y
piensa en un idioma universal y vario. No lo presintieron, no, cuando surgió la
inspiración y el talento una vez más en nuestra patria. A principios del siglo XVII, en una España dominadora y
miserable, conquistadora y reconcentrada en sí misma, Miguel de Cervantes,
cumplido y pobre, genio y hombre, toma la pluma con la mano sana y comienzan a
gestarse las andanzas de don Quijote. Desde entonces, sobran las palabras.
Jesús Andrés Pico
Rebollo
Nacido en SARDÓN DE
DUERO (Valladolid) en 1956, reside en Sabadell (Barcelona)
Estudios de
Maestría Industrial y primer curso de Geografía e Historia
(X Antología)
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