DE SALAMANCA A FUERTEVENTURA
«Mi novela no tiene argumento, o mejor dicho, será el que
vaya saliendo».
Memoria.
Desde que entré en la casa donde don Miguel de Unamuno sufriera destierro, hoy
abierta al público en Puerto del Rosario, una marea inusual de sensaciones copó
los nidos de mi memoria. Recorrí en silencio las estancias oteando un retrato
aquí, leyendo un soneto enmarcado allá. Pero sin duda llamó mi atención el
dormitorio que conecta con un tejado que hace las veces de terraza. Cuenta el
verídico anecdotario que el vasco se tumbaba desnudo al solajero para
broncearse y que los vecinos se escandalizaban al ver esa figura ebúrnea.
Me senté y permanecí largo tiempo contemplando cada
objeto en un ejercicio de introspección psicológica, tratando de evocar el uso
y significado que el profesor filósofo les diera. Una fotografía en una
caravana de camellos delata el hambre de curiosidad en su rostro ya ajado por
el sol. Casi puedo oír el tiempo. Miro fijamente la instantánea. Al principio
el ejercicio no me produce ninguna sensación de intimidad. La fotografía fue
tomada hace más de noventa años. Nunca antes había visto esa foto. Me percato
de que el escritor no mira directamente a la cámara. Me acerco un poco más a su
mirada huidiza, hay algo triste en su expresión. Recordé su frase, sí esa tan
famosa de «Me duele España», y comprendí el sacrificio del destierro, la
inmolación de ese cuerpo agnóstico que a pesar de todo ocultaba un crucifijo en
su pecho.
Somos hijos de la cultura que nos parió, albaceas de un
legado recibido para bien o para mal pero que es el que a cada pueblo le toca
en suerte por el designio de su historia. La vida de todos los que actuaron
desde la bonhomía ha concebido la España que hoy conocemos. Somos memoria. Ella
es, al final del camino, lo único que queda, el aura inmortal que permanece.
Luis Miguel
Carreras Jiménez
Funcionario
ARRECIFE DE
LANZAROTE (Las Palmas)
(X Antología)
No hay comentarios:
Publicar un comentario