DE UN PAÍS EN LLAMAS
Los dedos de mis
pies tiesos sobre este gélido panorama. Mi alma inerte de desazón, por el
contagio imbécil de la productividad pragmática. «La vida en la frontera no
espera, es todo lo que debes saber», decía Juan Perro y, como perros famélicos,
desafiamos su frase apilados en el interior de la valla electrificada. Sin
saber, sin querer saber. A esperar, a congelarnos de inmovilidad, a perder el
aliento libre en el aliento corrupto del maniquí. Perdidos en el regazo
terrible de los caciques del no. Perdidos en la salubridad de la estática, en
la constancia del sistemático orden. Quietos, esclavos, anclados a la blancura
cegadora de nuestras páginas llorosas. Domesticados por hombres de hielo que
envidian nuestro imparable calor. El recorte a la vivienda, el salario irreal
para un consumo que sume. Deberíamos arder. Vivir. Hervir el océano para
caminar al encuentro del verdadero hermano. Somos hoguera y somos remedio. La
creación desde el caos, la enfermedad como arquitecto de historias. El dolor
como maestro burlón, la risa como estilete del sí. El albedrío sin corbata, sin
camisa, las plantas descalzas caminando sobre las brasas de la memoria. La
brisa de la guitarra relajando el sudor del mal trago, el cálido abrazo de las
tierras tórridas del esperpento. La letra hispana bullendo en nuestros riegos
sanguíneos, la cultura latina como único orgullo guerrero. La calle, la
conversación, el eterno aprendiz de rostros alegres. Entiéndalo el amo glacial,
no solo somos playa, sino también sol y pata de gallo, somos el fuego y la
experiencia, la pasión del céfiro. «La vida en la frontera no espera, es todo
lo que debes saber…». Derriba
la cerca; vive los libros, lee la vida.
Roberto Migoya
Ramos
Licenciado en
Historia del Arte por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
León
PONFERRADA (León)
(X Antología)
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