EDUCAR. ANUNCIAR. TRANSFORMAR
Corría el año 1597. En el Trastévere romano, el Tíber,
desbordado, creó la mayor catástrofe del siglo con más de dos mil muertos. Las
familias perdieron lo poco que tenían. Las madres hacían lo imposible para
cuidar a su numerosa prole, desharrapada y maloliente creciendo entre los
desagües del barrio, metidos en peleas, haciendo pequeños hurtos, sin asistir a
ninguna escuela y sin ningún futuro.
Los niños ven acercarse a varias personas, que están
ayudando a la gente del barrio. Entre ellas va un sacerdote que los invita a ir
con ellos. Se resisten y también las madres, pero finalmente acceden.
Se trataba de incorporarlos a la recién creada escuela
popular pública gratuita, especialmente dedicada a los más necesitados. Los
profesores, pobres y sin recursos, pusieron todo de su parte para que
funcionara. Una idea novedosa y una pedagogía atractiva, que no contó con el
beneplácito de las clases elevadas, que concebían la enseñanza solo para ellos.
El sacerdote era un español, el aragonés José de
Calasanz, fundador de las Escuelas Pías. Un hombre, inmortalizado por Goya en
su última comunión, constante e infatigable hasta el extremo, que supo «facer
Españas» en tierra hostil con un proyecto que hoy abarca al mundo entero.
El 27 de noviembre de 2016 dio comienzo el Año Jubilar
para conmemorar dos eventos singulares: los cuatrocientos años de la erección
de las Escuelas Pías, y los doscientos cincuenta de la canonización de san José
de Calasanz. El lema elegido, que da título a este texto, sirve por igual para
el pasado, el presente y el futuro.
Lamentablemente hoy, al menos en Andalucía, se ha
eliminado del calendario escolar el Día del Maestro instaurado en su honor, al
ser proclamado patrono de las escuelas públicas y de los maestros, y que servía
para recordarlo.
Covadonga
Grijalba Castaños
ALMERÍA
(XI
Antología)
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