MESTIZO
Eran cuatro o cinco
tipos sentados en el fondo,
detrás del chirrido
inoxidable de tenedores torcidos
y cuchillos
desdentados,
detrás del ruido de
la gente y las botellas,
escondido, uno
gritó:
«¡Mestizo... como
la mula, que no es burro ni caballo!».
Vi los ojos de mi
hijo llevándose a la boca la cuchara
y un silencio
impuro
como una lanza
oxidada se me clavó en el pecho.
Un silencio que
trepó como una mancha de humedad por las paredes,
tosco, embrutecido,
lapidante.
Acorralados sobre
el filo de la tarde como espíritus errantes,
escuálidos jinetes
cabalgando hacia la nada,
esperamos un acto
de justicia, una palabra
que nos reconcilie
nuevamente con la vida,
esperamos un
instante…
una semana… un
universo…
y no llegó.
Hay que romper este
silencio empobrecido,
no voy a romperlo a
gritos, ni a pedradas como antes.
«Facer Españas»
para que ahora, inocente, no te asustes,
para que no llores
la ignorancia de otra gente
mientras nos
levantamos de la mesa, nosotros los mestizos,
que llevamos en la
sangre una España con olivos
que dan frutos de
la tierra casi seca, nos marchamos
nosotros que
llevamos la América cruda por las venas,
la salvaje,
la América
profunda;
que hablamos un
idioma de españoles,
que oímos de boca
de mi abuelo
cada noche que
decía hablarle a Dios en plena cara,
que hablamos la
lengua de mi abuela,
una indígena con
surcos en las manos
que conocía el
idioma de los pájaros,
y la he visto
susurrar al oído de los perros.
Somos mestizos,
somos mezcla,
voy a enseñarte
hijo mío, de esta lengua cada letra
para que nunca más
haga falta una palabra
cuando a alguien…
donde sea…
el alma se le
escurre y anda rodando por el suelo
hasta cualquier
rincón lleno de mugre.
Kevin Valente
BUENOS AIRES (Argentina)
(XI Antología)
No hay comentarios:
Publicar un comentario