DICKENS «FACE ESPAÑAS»
Siempre pensé que mi educación fue totalmente hispánica.
Primero en Madrid, luego en Alicante y al final en el Perú. Pero he descubierto
algo curioso. Si Charles Dickens o Mark Twain hubieran desarrollado alguna
pedagogía se parecería más a los imprevisibles planes de mi familia que a un
internado anglosajón. El Perú de los ochenta tenía mucho de la convulsión
social de la Inglaterra victoriana. Y los parques de Lima o Arequipa eran como
el territorio salvaje de las riberas del Misisipi. A veces sospecho que mi padre
optó por matricularnos en un colegio cuasi militar con el objetivo de
transformarnos en personajes de alguna de las novelas que leía. El paso del
Madrid de la movida a la Lima de los ochenta fue un viaje en el tiempo. En ese
Perú se rehabilitaba todo, desde los coches hasta las neveras porque la fiebre
del consumo no había sido inoculada todavía. Y también vi a niños como yo
mendigar por las calles y escuché de un mundo ideal llamado Miami. Allí supe
que el mundo estaba habitado también por japoneses y chinos. Y viví en algún
pueblo perdido del valle del Colca. A finales de esa década la sombra de la
guerra planeó sobre nosotros, y también el miedo por aquella que mis abuelos
españoles sobrevivieron en España. Nadie quiere eso para sus hijos, pero los
personajes de Oliver Twist se educaron así; entre los golpes de
Júpiter y las caricias de Juno.
La escuela de Dickens es la misma que la de Cervantes.
Pocos lo suponen. Es aquella que aúna el viento, la vida y la muerte. «Se
escapa», dirán desconfiados los que buscan desesperadamente los límites y las
fronteras. Pero desconocen que la brisa de levante es prima del viento de
Humboldt y el aire de Guadarrama a veces sabe a viento del Chachani.
Ángel Pérez Martínez
Profesor universitario, doctorado en
literatura por la Universidad Complutense de
Madrid
(XI Antología)
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