EL HALLAZGO
Aquí empieza la historia de un legajo que encontré entre
los cuarenta y tres mil del Archivo de Indias, en la antigua Lonja de Sevilla.
Lo que andaba buscando es otra historia.
Temblaron mis dedos al dar con dicho documento. Se
trataba de la historia de Francisco Escudero. Con el corazón a cien descubrí
que era ciego, solitario y solamente contaba con el recurso de su ingenio y de
sus cuatro sentidos agudizados. Quiso embarcarse a México como fuese, incluso
mintiendo sobre los avales que se requerían para ir al Nuevo Mundo. El astuto
invidente empleó mil argucias por conseguir licencia para «facer Españas», como
hubiese dicho su santa madre y tener la oportunidad, como cualquier otro, de
prosperar. Llegó a mantener correspondencia con un hidalgo de Puerto Rico
haciéndose pasar por su sobrino. No consiguió burlar la burocracia y parece que
nunca realizó la travesía.
Puerto de Sevilla, 15 de abril de 1795. Supongo que
Francisco Escudero intuyó la claridad del día impregnado por el intenso olor a
pescado podrido, le llegó desde el muelle hasta sus entrañas el sonido largo
del bocinazo, aviso de echarse a la mar la embarcación, a la vez que se le
erizaba toda la pelambrera de su cabeza. Ahí ajustó su raído sombrero de
fieltro, mientras zarpaba la última posibilidad de ser un hombre de bien. Llamó
a su pulgoso perro lazarillo, levantó el brazo por si alguien recogía su
despedida y después extendió la sarmentosa mano en espera de limosna. Para
Francisco el mundo debió volverse absurdo a partir de aquel día. Y aquí
comienza otra historia, la lenta transformación de este hombre invidente, desde
su progresiva pertenencia a La Garduña, hasta su ejecución en la plaza Mayor de
Sevilla el 25 de noviembre del 1822. Pero los caracteres de este original son limitados
y ya han llegado a su fin.
Mayte González-Mozos
Máster en Cultura y Patrimonio
Artista pluridisciplinar, ilustradora,
docente y columnista
Nació en PUERTOLLANO, reside en Toledo
(XI Antología)
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