EL HILO CONDUCTOR EN MADRID
Llego a
Barajas a media tarde. Miro el mapa y sigo las combinaciones del metro;
acierto, y con el corazón galopando, salgo a la superficie en la estación Gran
Vía. Vengo aquí para conocer la ciudad que mis padres no pudieron ver, pero
amaron a través de la zarzuela.
Se
casaron muy jóvenes, apenas con veinte años, y compartieron conmigo, entre
tantas cosas, el amor por la música, en particular, la española en todos sus
géneros. No se perdían una función del Teatro Avenida, hogar y templo del arte
lírico español en Buenos Aires.
Así,
cantando y contando, me transmitieron sus sentimientos, y ahora, caminando
hacia la Puerta del Sol, pienso en mis padres y en mi niñez musical.
Las
imágenes de ellos se funden con la canción de «Las espigadoras» de La rosa del azafrán,
la «Mazurca de las sombrillas» de Luisa Fernanda, la jota de La Dolores, y el
fandango de Doña Francisquita; cierro
los ojos y veo y escucho a mamá cocinando, mientras tararea La leyenda del
beso, que tanto le gustaba.
Con mi
deseo y mi alegría, me parece ver familias madrileñas sonrientes que se han
puesto sus mejores galas y hay un espíritu festivo también en la multitud de
turistas que por la calle de la Montera están a punto de desembocar en la
Puerta del Sol en este domingo de primavera.
Con
ellos navego en medio de una cálida corriente humana, mientras la «Danza del
molinero» de El sombrero de tres
picos me viene a la memoria con sus
rotundos y viriles golpes de las cuerdas, después de las notas iniciales de la
trompa y los oboes.
Al
ingresar a la Puerta del Sol, veo un elegante grupo de chulapas y chulapos
veteranos, vestidos de época, bailando el inolvidable chotis dedicado a Madrid
por el mexicano Agustín Lara, cantado por Plácido Domingo.
¡Qué
cosa, qué lágrima fácil tenemos los viejos!
Alberto
Ernesto Feldman
Chofer
jubilado
BUENOS
AIRES (Argentina)
(XI Antología)
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