miércoles, 25 de septiembre de 2019

ANTOLOGÍA 2018: CHEFCHAUEN





CHEFCHAUEN

Casi se puede respirar Andalucía paseando por las empinadas callejuelas de Chefchauen. Los arcos apuntados sobre las pequeñas portezuelas, los pasadizos estrechos, las innumerables costanillas y sus íntimas escaleras con las contrahuellas de albayalde te arrastran hacia densos trazos de una obra impresionista pincelada con mil tonalidades de color añil.

Los geranios observan altaneros desde descascarillados maceteros. El tomillo y el romero huelen a la casa de los abuelos, y el aroma a café de puchero se filtra con lascivia bajo portones de madera resquebrajados por tantas tardes de calor, de sol y de fuego. De muchos soportales cuelgan chapas de metal, perforados con la forma de herrumbrosas estrellas de David. Y mil ventanucos guardan mil secretos disfrazados, y tras sus desvencijadas verjas, emparedadas con persianas de tablillas desconchadas por crudos inviernos, alguien observa con labios agrietados y ojos lastimeros.

Una miríada de gatos, dignos herederos de Bastet, se camuflan con el suelo ceniciento, y aguardan pacientes, con los ojos entreabiertos, cual efigies congeladas sobre incontables sardineles. De esa forma, Chefchauen casi parece derramarse lentamente colina abajo, cual blanca nebulosa de adobe y cal que, desbaratada por el tiempo, casi se estira, casi perezosa, colgando en deliciosas formas sobre las estribaciones nororientales del Rif de Marruecos.

En Chefchauen, junto a gatos, macetas, geranios y vencejos viven, ríen y lloran muchos descendientes de aquellos musulmanes y judíos exiliados que una vez moraron en el antiguo reino de al-Ándalus, y que un día ya muy lejano, dejaron de soñar con el retorno a la tierra de sus ancestros.

Salvador C. R.
(XII Antología)

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