viernes, 27 de septiembre de 2019

ANTOLOGÍA 2018: LOS ALEMANES





LOS ALEMANES

De pequeños idealizaban las vacaciones estivales en los pueblos de sus padres. España era, en sus mentes, un lugar cálido de recreo. Calidez repartida en múltiples vertientes: no solo por las bondades climatológicas sino también debido a la afectuosidad humana, los achuchones familiares, la ruptura de la disciplina castrense germana, la libertad de horarios y la oportunidad de zascandilear el día entero en la calle.

A pesar de eso, tenían que llevar a cuestas aquel incómodo apodo con que los acuñaban sus primos u otros chicos del pueblo y se les abrían las carnes porque ellos se sentían, y se sienten, muy españoles. Les llamaban los Alemanes, para diferenciarlos y acaso para fastidiar. Intuían que algo más oscuro lagartijeaba tras ese sobrenombre incómodo de sobrellevar.

En Alemania, la mayoría de aquellos chicos hablaban y sentían en español. Lo practicaban en casa con sus padres y, a veces obligados, con sus hermanos, dado que fuera conversaban entre ellos en alemán. Lo ejercitaban en las escuelas españolas por las tardes, redoblando así sus faenas educativas matutinas. Además, vivían un ambiente español los fines de semana asistiendo a las actividades y eventos de los centros españoles, las asociaciones juveniles y las de los padres de familia, en los que «facer España» era tarea común.

Así que cuando viajaban los veranos a España se comunicaban con soltura en castellano. No eran unos bichos raros, aunque puede que algo exóticos dadas sus reservadas y diligentes maneras. Los chavales del pueblo, al principio, se sentían algo intimidados por estos jovenzuelos mitad alemanes mitad españoles, de ideas claras, lógica incontestable y que saludaban a las chicas dándoles la mano. Y para fastidiarlos, les dibujaban una esvástica en la playa. Cosas de críos.

Óscar Gómez Calvo
Cuentista, filólogo, viajero por vocación e informático por sumisión
VALLADOLID
(XII Antología)


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