«… Se ha muerto un amigo y no es la pena / la que me da la mano y me sucumbe, / es otra cosa… tal un abandono / hasta el musgo me lleva / de manera feroz, y la memoria / del tiempo compartido parece que, ahora barro, / sangrara sin remedio…» (pág. 164, Manuel Laespada Vizcaíno, «Un amigo se ha ido»).
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