ÉLIDA
VINO DE ESPAÑA
Hacía
una semana que habían empezado las clases. La maestra la presentó; ella nos
miró seria, silenciosa, con una mirada hosca, desafiante. Se sentó en el último
banco de la fila más vacía. Hubiera podido elegir cualquier otro lugar… pero no
quiso.
La maestra había dicho: «Élida acaba de venir de España…».
En el primer recreo nos acercamos a hablarle, le preguntamos de dónde era…, cuándo había venido… dijo: «Loja —y aclaró— Andalucía… —Con su acento andaluz» y fue lo único que dijo, mirando el patio a lo lejos, como si mirara la lejanía que había dejado atrás…».
Varios días hice el intento de acercarme, pero no conseguí nada… Ella seguía silenciosa y distante desde su último asiento…
Había pasado casi un mes cuando la maestra me llamó para preguntarme si hablaba con ella. «No —le dije— a ella no parece interesarle». Me insistió: «Seguí intentando. Está pasando un mal momento. Vino sola a vivir con su padre y la mujer porque su mamá falleció».
Al día siguiente pregunté si podía cambiarme de banco… Me dijo que sí. Me ubiqué en el fondo, en el asiento pegado al de ella. Me miró espantada de verse obligada a hablarme. No la miré, mientras acomodaba mis libros dije sin mirarla: «Me vine atrás para poder leer tranquila…» y puse el libro que traía sobre mis rodillas: Bodas de sangre, de Lorca. No dijo nada, pero miró de reojo el libro…
En la segunda hora preguntó: «¿Te gusta Lorca?». Yo seguí sin mirarla. Le dije: «Me gusta leer, me gusta leer teatro y sí, me gusta Lorca».
Ese fue todo el diálogo.
A la semana llevó un libro de Machado. Avanzábamos a pasos de tortuga. Si yo preguntaba algo personal ella hablaba de la guerra civil o de Pedrito Rico. Un día le hablé del pueblo de mis padres y dijo: «Mi mamá se colgó. Yo la encontré».
Esa tarde lloramos juntas. Lloramos por España y por su madre.
Elisa Mancuso
Correctora de estilo y gráfica, tipeadora, diagramadora, editora y colaboradora periodística jubilada
Nació y reside en BUENOS AIRES
(XIII Antología)
La maestra había dicho: «Élida acaba de venir de España…».
En el primer recreo nos acercamos a hablarle, le preguntamos de dónde era…, cuándo había venido… dijo: «Loja —y aclaró— Andalucía… —Con su acento andaluz» y fue lo único que dijo, mirando el patio a lo lejos, como si mirara la lejanía que había dejado atrás…».
Varios días hice el intento de acercarme, pero no conseguí nada… Ella seguía silenciosa y distante desde su último asiento…
Había pasado casi un mes cuando la maestra me llamó para preguntarme si hablaba con ella. «No —le dije— a ella no parece interesarle». Me insistió: «Seguí intentando. Está pasando un mal momento. Vino sola a vivir con su padre y la mujer porque su mamá falleció».
Al día siguiente pregunté si podía cambiarme de banco… Me dijo que sí. Me ubiqué en el fondo, en el asiento pegado al de ella. Me miró espantada de verse obligada a hablarme. No la miré, mientras acomodaba mis libros dije sin mirarla: «Me vine atrás para poder leer tranquila…» y puse el libro que traía sobre mis rodillas: Bodas de sangre, de Lorca. No dijo nada, pero miró de reojo el libro…
En la segunda hora preguntó: «¿Te gusta Lorca?». Yo seguí sin mirarla. Le dije: «Me gusta leer, me gusta leer teatro y sí, me gusta Lorca».
Ese fue todo el diálogo.
A la semana llevó un libro de Machado. Avanzábamos a pasos de tortuga. Si yo preguntaba algo personal ella hablaba de la guerra civil o de Pedrito Rico. Un día le hablé del pueblo de mis padres y dijo: «Mi mamá se colgó. Yo la encontré».
Esa tarde lloramos juntas. Lloramos por España y por su madre.
Elisa Mancuso
Correctora de estilo y gráfica, tipeadora, diagramadora, editora y colaboradora periodística jubilada
Nació y reside en BUENOS AIRES
(XIII Antología)
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