miércoles, 27 de enero de 2021

ANTOLOGÍA 2019: LA NIÑA DE POLVO

 



LA NIÑA DE POLVO
 
«Polvo eres y en polvo te convertirás», afirmaba la anciana con severo movimiento de su índice apuntando al cielo. «Pero ¿qué es el polvo?», seguía preguntando la niña, inquieta por un misterio que le parecía tan puro como perturbador. Lo contemplaba diariamente, flotando como cristales en las primeras luces del día que se colaban por las grietas de la puerta de madera que daba al patio de su casa. Lo veía descender suavemente con una belleza triste y delicada entre las flores, frutas y hojas de las plantas de su patio y del árbol de mango en la casa vecina, que reposaba su inmensidad sobre el techo de zinc de su casa rota. En esos momentos de quietud, silencio y luz, el polvo era como de un mundo donde todo era bueno y ensoñador. Pero en otros momentos, el polvo se convertía en algo macabro. Podía acumularse con un rigor implacable sobre lo que fuera y hacerlo sucumbir, pues sin importar cuánto se limpiara y sacudiera, él siempre volvía para apoderarse de todo.
 
Cuando llegaba el invierno, la lluvia se colaba por los huecos del zinc. El polvo, atrapado en el agua, chorreaba de todos los muebles improvisados y corría hasta el piso donde lo limpiaban. Entonces todo brillaba, las hojas de las plantas, la casa, animales y gente se libraban de él, hasta que el ciclo se renovaba y regresaba lentamente. El polvo vivía feliz no solo en aquella casa al oeste de Maracaibo, sino también en todas las barriadas o núcleos excluidos del mundo. Seguía gente de tierra y trabajo duro. El polvo era tierra viva, vida abriéndose paso, era piel de seres humanos, animales y ácaros muertos y sus excrementos llevados por la brisa. Vida y muerte, principio y fin de todo. Poco a poco, las palabras de su abuela tomaban sentido para la niña. «Polvo eres y en polvo te convertirás».
 
 
Patricia Alvillar Sánchez
Licenciada en Idiomas Modernos
Promotora de lectura
MARACAIBO (Venezuela)
(XIII Antología)
 


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