ODIOSA
ODISEA
Sus
insultos ya no taladran mis tímpanos, ni perturban mi razón, sus miradas de
desprecio no alteran mi ser, no atenazan ni colapsan mis sentidos, les he
quitado ese poder.
Vine
a este país atraído por unos cantos de sirena que me embelesaron, como a
Ulises, pero no seguí el consejo de Circe, no me tapé los oídos, sino que me
dejé embaucar por todas las oportunidades y las falsas promesas de felicidad
que ofrecía la tierra prometida, no solo bonanza económica, sino también un
vínculo que nos unía mucho más fuerte, una misma cultura y, sobre todo, un
mismo idioma.
La
madre patria me arropó en mi llegada con su infinito manto de sabiduría, tejido
durante siglos de intercambios que fluían entre un continente naciente que
tiene demasiado que ofrecer y otro que ya es demasiado longevo para aprender.
Mi
único pasaporte era mi orgullo y mi sangre, legada de Moctezuma, mezclada
durante generaciones con hidalgos y nobles españoles que buscaron fortuna en el
Nuevo Mundo y ahora me tocaba a mí, a su legítimo heredero, buscar la tan
ansiada prosperidad en el Viejo Mundo, en una España egoísta y prepotente, pero
al fin y al cabo hacedora de nuestro origen.
El
pasado se olvida fácilmente, mi orgullo fue pisoteado demasiadas veces, la
historia no es generosa con los perdedores, mi sangre mestiza no fue bienvenida
a un país demasiado amenazado por los que nos consideraban intrusos en un mundo
que creían propio y que no querían compartir, ni siquiera con sus hermanos.
Ahora,
con la distancia que otorga el tiempo, todo suma, ya nada me resta, el camino
no ha sido fácil, ni se ha hecho al andar, la integración y la aceptación han
ido ganando terreno a la ignorancia, lo que nos une es más fuerte que lo que
nos separa y cada vez hay más españoles que entienden que Cervantes también es
mi padre.
Gema Valdericeda Falcó
Licenciada en Comunicación Audiovisual
Amante de las palabras, todas dedicadas a Martín
(XIV Antología)
No hay comentarios:
Publicar un comentario