«… Y
América se me metió bajo la piel como una nigua y nunca me la he podido sacar.
Mi tío, Obdulio se llamaba, tenía una sonrisa llena de dientes y un habla de
guajiro de monte mientras me recitaba a Martí. El mar es un danzón de ida y
vuelta. La luz de San Telmo fosforece esta noche para iluminar el rostro de mis
abuelos. Uno a cada lado del océano. Los dos en mi pecho de ave viajera,
insobornablemente mestiza» (pág. 192, Javier Izcue Argandoña, «Un misto basta»).
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