Para seguir siendo fieles a la tradición
de todos los años, celebramos este Día de la Hispanidad y de la Lengua Española
con un fragmento del discurso de Carlos Fuentes pronunciado en el CILE
(Congreso Internacional de la Lengua Española) del 2012 en Rosario (Argentina):
«…
Mírenlos. Están aquí. Siempre estuvieron aquí. Llegaron antes que nadie. Nadie
les pidió pasaportes, visas, tarjetas verdes, señas de identidad. No había
guardias fronterizas en los Estrechos de Bering cuando los primeros hombres,
mujeres y niños cruzaron desde Siberia a Alaska hace quince, once y cuatro mil
años. No había nadie aquí. Todos llegamos de otra parte. Y nadie llegó con las
manos vacías. Las primeras migraciones de Asia a América trajeron la caza, la
pesca, el fuego, la fabricación del adobe, la formación de las familias, la
semilla del maíz, la fundación de los pueblos, las canciones y los bailes al
ritmo de la luna y del sol, para que la tierra no se detuviese nunca […]. Nos
instalamos en el mundo, nos recuerda Emilio Lledó. Pero el mundo también se
instala en nosotros. La lengua es nuestra manera de modificar al mundo a fin de
ser personas, y nunca cosas, sujetos y no solo objetos del mundo. La lengua nos
permite ocupar un lugar en la comunidad y transmitir los resultados de nuestra
experiencia. Nadie, tampoco, les pidió visas o tarjetas verdes a los
descubridores, exploradores y conquistadores que llegaron a las costas de Cuba
y Borinquen, Venezuela la pequeña Venecia y la Villa Rica de la Veracruz
empujados por el gran huracán de una historia indómita, en barcos cargados, a
su vez, de palabras, de pasado, de memoria. La América indígena se contagió del
inmenso legado hispánico. Las costas del Caribe y del golfo de México
recibieron una marea que venía de muy lejos, del Bósforo, de las hermanadas
tierras semitas de Israel y Palestina, de la palabra griega que nos enseñó a
dialogar, de la letra romana que nos enseñó a legislar y, al cabo de la más
multicultural de las tierras de Europa, España celta e ibera, fenicia, griega,
romana, judía, árabe y cristiana […]. El castellano nos comunica, nos recuerda,
nos rememora, nos obliga a transmitir los desafíos que el aislamiento
sofocaría: en su lengua maya o quechua, el indio de hoy puede guardar la
intimidad de su ser y la colectividad de su intimidad, pero necesitará la
lengua española para combatir la injusticia, humanizar las leyes y compartir la
esperanza con el mundo mestizo y criollo. Y todos nuestros mundos americanos
–indígenas, criollos, mestizos– son desde siempre portadores de una riqueza
multicultural mediterránea que solo podemos desdeñar por intolerable voluntad
de empobrecimiento. Indoamérica también es Hispanoamérica gracias a las
tradiciones hebreas y árabes de España. Somos lo que somos y hablamos lo que
hablamos porque los sabios judíos de la corte de Alfonso el Sabio impusieron el
castellano, lengua del pueblo, en vez del latín, lengua de la clerecía, a la
redacción de la historia y las leyes de Castilla […]. La lengua nos permite
pensar y actuar fuera de los espacios cerrados de las ideologías políticas o de
los gobiernos despóticos. La palabra actual del mundo hispano es democrática o
no es. Sin lenguaje no hay progreso, progreso en un sentido profundo, el
progreso socializante del quehacer humano, el progreso solidario del simple
hecho de estar en el mundo y de saber que no estamos solos, sino acompañados […].
El hispano parlante de ayer le da el verbo al hispano parlante de hoy y este al
de mañana. Descendemos del gran flujo del habla castellana creada en las dos
orillas por mestizos, mulatos, indios, negros, europeos. Estas voces se oyen en
América, se oyen en España, se oyen en el mundo y se oyen en castellano. Gracias».
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