EL
MAPA Y EL TERRITORIO
Cuando
estaba en el colegio, tocaba con devoción los mapas. Nada me incitaba a la
aventura y a la posibilidad como ellos. Sobre todo, el de América, con sus ríos
inconmensurables y ese esplendor verde del Amazonas. Ya que allí, lo aseguraba
la profesora de Geografía, hablaban el mismo idioma que nosotros.
El
Dorado, un mundo similar al paraíso, que se hallaba en Nueva Granada, donde un
rey se cubría en polvo de oro frente a un lago que habitaban sus dioses. O la
plata de Bolivia. Así se decía «vale un Potosí», por un monte de vetas
interminables y brillantes.
Se
presentaba Cuba. «Más se perdió en Cuba». La isla perfecta, abundante en todo y
bellísima, que por las guerras se extravió, con dolor incomparable nuestro.
Pero
el sabor mágico que se infiltraba en mí era el de un perfume carísimo, la
visión de un joyero con engastadas gemas. Así debía de ser aquel continente. Por
lo que, al convertirme en adulta, pudiendo viajar a todos lados, no me atrevía
a volar a Hispanoamérica para no decepcionarme.
Afortunadamente
me empujaron a la singladura, y descubrí que las expresiones hiperbólicas no lo
eran. El escuchar mi lengua, pronunciada de otra forma, con modismos que la
enriquecían, me extrañó y sedujo. Y el ver una naturaleza extraordinaria,
inimaginable desde mi esquina en el mundo, me devolvió el asombro.
Soy
consciente de que puedo escribir obras que sean allí leídas, como yo hago con
su espléndida literatura. Me negaré siempre a discriminar a nadie, pero aún
menos a quien sueñe en mi lengua y ha venido aquí por necesidad, como fuimos
nosotros allí durante siglos. Ahora sé mucho más que de niña. Ahora sé que
tengo varias patrias.
Gloria Fernández Sánchez
Nacida en MADRID en 1960
Licenciada en Derecho, en Historia Antigua y
Arqueología
(XIV Antología)
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