«…
solo veía a su madre llorar hasta que la pena agotó su corazón, a su padre
triste y cansado, a sus propios sobrinos huérfanos, ateridos de frío y sin
apenas ropa que ponerse ni pan que llevarse a la boca; él era ahora su único
sustento y por ellos se quedaría en España…» (pág. 222, Maravillas Guirado
González, «No todos marcharon»).
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