ANHELOS
Sentada,
mirando al horizonte, como si de allí pudiese surgir lo que ella deseaba en
aquel instante, sus pensamientos discurrían igual que un ciclón arrasando todo
lo que anhelaba. Por su mejilla caían unas dulces y suaves lágrimas que
nublaban su vista, y no le permitían ver con claridad aquella luna que asomaba
en un cielo azul, para alumbrar aquella noche tan especial.
Anhelaba
sus caricias, sus besos, sus abrazos, su olor y su compañía, nada ni nadie
podía suplir esas emociones, que en este momento le destruían el alma y le
impedían respirar, eran más fuertes que ella.
Recordaba
el último adiós, cuando con su mejor sonrisa lo abrazaba para que su llanto no
delatara su inmenso dolor, pero a la vez intentando que su perfume y esencia
quedasen impregnados en su pituitaria y el calor de ese amor le diese fuerzas
para emprender rumbo al nuevo destino, que se hacía largo y arduo.
Las
vicisitudes en su existencia habían propiciado esta angustiosa separación,
haciendo que su día a día transcurriese a muchas millas de su tierra natal, con
la pretensión de conseguir una vida mejor.
De
repente un sonido la saca de sus más recónditas cavilaciones, su teléfono
sonaba estridentemente, al otro lado estaba él, no podía oler su aroma ni tocar
su cabello, pero su voz era tan especial que hacía que su corazón revolotease
como una quinceañera y sintiese el calor que transmitía su abrasadora dulzura
nada más pronunciar su nombre. Era su fuente de luz, su motivación para
continuar y su inspiración en momentos difíciles.
Allí
estaba gritando «Felicidades, mami». Ese día solía ir a buscarlo a la salida
del colegio para disfrutar juntos de unos pastelitos con chocolate, su merienda
favorita, luego ir a casa y hacer alguna actividad divertida.
«Hijo,
pronto me reuniré contigo y disfrutaremos momento a momento».
M.ª del Pilar Seoane Yáñez
LUGO
Maestra y pedagoga jubilada
(XIV Antología)
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