«… Recordaba
el último adiós, cuando con su mejor sonrisa lo abrazaba para que su llanto no
delatara su inmenso dolor, pero a la vez intentando que su perfume y esencia
quedasen impregnados en su pituitaria y el calor de ese amor le diese fuerzas
para emprender rumbo al nuevo destino, que se hacía largo y arduo…» (pág. 228,
M.ª del Pilar Seoane Yáñez, «Anhelos»).
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