TODOS
SERÁN SUS HIJOS
El día que lo nombraron rector de la Universidad de Chile, en Santiago, don Andrés Bello sintió que había llegado, alcanzado su meta, aquel estadio ideal donde la utilidad pública y la tranquilidad personal se concertaban.
Desde
la acomodada vida en Caracas y sus brillantes estudios en la universidad, desde
su vinculación personal y política con la causa sabía que se enfrentaba a un
largo viaje. Le tocó transitar el agobiante mareo de los barcos y la geografía:
exilio, reveses, trabajos inseguros, miserias, servidumbres, mudanzas… Al fin,
un trabajo gratificante, estable y bien remunerado. Y una casa en la calle de
la Catedral.
Imaginó
una universidad nueva, reflejo de su hispanoamericanismo y espejo de una época.
Atrás quedaba la de Santo Tomás de las órdenes religiosas en el siglo xvi y la de San Francisco Javier en que
los jesuitas formaron misioneros. Atrás quedaba la Universidad de San Felipe,
del primer Borbón, destinada a mantener los privilegios de cuna, la
preeminencia de los criollos y la capacidad administrativa de los cabildos.
Su
universidad, así la sentía don Andrés, sería el alma de la república en la
culminación de la independencia: liberada la tierra del yugo de la metrópoli
por la fuerza de las armas, quedaba liberar las mentes de los hombres de las
obsoletas cadenas de la sangre, la raza o cualquier otra condición que
levantara barreras.
Como
el Cristo de Caracas ya le había profetizado («Pagarás... con la muerte de los
que engendres...»), la dolorosa tarea de enterrar a muchos de sus hijos lo
afligía como una corona de espinas en torno al corazón. Ahora sería
recompensado con millares de alumnos que de algún modo serían, si no hijos, sí
los herederos de su memoria.
José A. Gago Martín
Nacido en un pueblo de Zamora,
trabaja actualmente en Segovia
Tras décadas de silencio, circunstancias personales lo empujaron a continuar con la escritura y fruto de ese trabajo ha obtenido algunos reconocimientos en relato, poesía y microrrelato
(XV Antología)
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