«… la Universidad San Antonio Abad, fundada por los
españoles hacía casi dos siglos. Hasta la fecha, esa institución había acogido
a hijos de peninsulares, indios y criollos de buena familia. Pero lo
suyo era diferente. Si estaba allí, era por un permiso especial que le habían
concedido en aquel 1875, cuando rozaba los treinta años de edad. Al entrar, se
sumergió en un océano de murmullos y miradas reprobatorias. Solo entonces se
percató de que aquello no le infundía temor, sino que le daba más fuerza…»
(pág. 18, Cèlia Roca Martín, «Sin miedo»).
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