«…
Cogí las manos tiernas de mi hija y dije con un acento plagado de colores:
“¡Tierra de confusión! Pedí la bendición del dinero y recibí la fortuna del
amor más grande. Como Dios ahora soy padre, y a él encomiendo la protección de
mi hija, pues en su piel, como la mía, la memoria del pueblo yace; y de esta
tierra de la que florece la vida. Siervo soy de ahora en adelante de mi mujer,
de esta arena y de mi hija”» (pág. 248, Lucía Prieto Gómez, «Canela»).
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