«… Subió a bordo y contó que se llamaba Gonzalo de Vigo, que era tripulante de uno de los barcos de la flota de Magallanes, que pretendían regresar a América, pero la tempestad los empujó a esas islas y embarrancaron, y que iba para cinco años de todo esto. Sus compañeros habían muerto ahogados o a manos de los nativos, pero él había tenido suerte…» (pág. 250, Antonio Carlos del Riego Gordón, «En el confín del mundo»).
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