LA
TUMBA
Acechados por el ejército y sin ningún apoyo del
rectorado, buscamos un lugar, quisiera decir que el más propicio o el más
solemne, pero no. Buscamos, en verdad, cualquier punto en el campus donde darle
entierro. Quisiera contarles también que fue una dedicada ceremonia. Pero sería
mendaz. Había odio, bronca, tristeza y, por sobre otras emociones y
sentimientos, había mucho miedo. El cuerpo de Gregorio Yujá Xoná quedó en algún
sitio sin tumba, sin nombres, vejado por las fuerzas del «orden» de Guatemala,
acostumbradas a asesinar en la selva y en los montes. Y entonces también en la
ciudad, a ojos del mundo, en la Embajada de España que, debido a las bellas
paradojas con las que la historia nos lleva y nos trae a los hispanoamericanos,
recibía las múltiples denuncias que en contra del Gobierno hacíamos
estudiantes, campesinos, obreros e indígenas. Sacerdotes españoles, con
paciencia de artesano, recolectaban y traducían los testimonios de las
comunidades.
La embajada fue quemada con fuego de sangre y despotismo.
Era el 31 de enero de 1980. Calcinaron allí a treinta y siete y no les bastó.
Entonces fueron a buscarlo a Gregorio al hospital, por milagro había quedado
vivo. Y terminaron su tarea con un tiro en la línea del sombrero de palma. Como
mensaje indeleble hacia los universitarios comprometidos, lanzaron luego el
cuerpo en la Universidad de San Carlos. Darle sepultura allí mismo, mientras
asesinaban a otros jóvenes en el velatorio de los masacrados, fue el acto más
valiente y humano del que participé. Todavía siento, prendido en mi nariz, como
recuerdo puro, el olor a resina de copal y a xpujuc. Y oigo el susurro
acongojado de una plegaria en k'iche'.
Lo extraño es que no hubo flores ni ritos ni palabras.
Cintia M.
(XV Antología)
No hay comentarios:
Publicar un comentario