BIENVENIDOS
Se abre una puerta, vuelve al presente y sonríe.
Entra por la ventana el trino de un jilguero. Las risas de dos amigos. El salino olor a mar. Y vuelve a divagar pensando en su Madrid natal. En gallinejas y corralas. En su madre que lloraba cuando vio el barco zarpar. Se pregunta: «Caminante, ¿dónde se encuentra tu hogar?».
Retorna a la realidad al ver la puerta entornarse. Abrirse y cerrarse. Y lanza otra mueca amable.
La silla de madera cruje cada vez que se estira. Respira para relajar los músculos y el cerebelo. En su mesa, dos libros, una pluma de ganso y un tintero, apoyado sobre la carta que, a julio de 1538, firmó el propio Carlos I. Mira de reojo la misiva que cambió su vida. Pasó de instructor de la Corte a, en cuestión de días, ser elegido para inaugurar la primera universidad de Indias.
Y allí, entre ansias y grafías, inhala y exhala. Sus nervios aumentan ante un reloj que le acorrala, ante un tictac que rompe, cual estruendo, el silencio de la sala. El minutero ya marca las diez de la mañana y, pese a que le tiemblan las piernas, se sujeta la estola y se levanta. Carraspea, mira a los presentes y entona: «Bienvenidos, alumnos, a clase de Lengua Española».
Periodista de El Mundo

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