CORAZONES HELADOS
Después de impartir la última clase del día, Francisco de Vitoria se dirige a su celda con vistas al claustro en el convento de San Esteban. Sobre su escritorio, un candelero ilumina las últimas cartas recibidas de misioneros dominicos. En ellas se denuncian las crueldades a las que algunos conquistadores someten a los indios en Perú. El dominico, compungido de corazón, siente cómo el frío de la injusticia le cala en sus doloridos huesos.
Evidencia
que la Corona sigue amparándose en la evangelización y el monopolio del
comercio como títulos legítimos para justificar la conquista. Francisco de
Vitoria, que no es un teólogo decadente, sabe que eso no lo justifican los
principios cristianos y comienza por denunciar la Ley de Requerimiento ante el
monarca y el papa, para reinterpretar las bulas alejandrinas.
Toma
la pluma y comienza a escribir su Doctrina sobre los indios.
Amparándose en el derecho natural, reconoce que la dignidad de una persona es
independiente de su religión. Vitoria defiende los derechos naturales de los
indios y reivindica que les sean devueltos los bienes y las tierras que les han
sido arrebatados.
Francisco
de Vitoria y sus discípulos de la Escuela de Salamanca, con el derecho de gentes,
sembraron hace más de cuatrocientos ochenta años el germen de lo que hoy
conocemos como derecho internacional y fueron los precursores de los derechos humanos.
Con
su legado, definieron también el concepto de iure belli, que hoy se ve
amenazado con las situaciones bélicas que se viven en numerosos países. Es
desalentador comprobar que algunos mandatarios de las potencias de este mundo
globalizado mantienen las formas de actuar de los imperios del siglo xvi, y siguen helando corazones
cometiendo las mismas atrocidades.
Marian Oller Veloso
(Fuenlabrada, Madrid)
Después de impartir la última clase del día, Francisco de Vitoria se dirige a su celda con vistas al claustro en el convento de San Esteban. Sobre su escritorio, un candelero ilumina las últimas cartas recibidas de misioneros dominicos. En ellas se denuncian las crueldades a las que algunos conquistadores someten a los indios en Perú. El dominico, compungido de corazón, siente cómo el frío de la injusticia le cala en sus doloridos huesos.
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