SENTIR LA HISTORIA
Todo era nervios. ¿Cómo podía no serlo? Si siendo tan
pequeña me encontraba frente a una puerta inmensa contra mi metro cincuenta.
Disfrazados de adultos con corbatas ajustadas que no
dejaban tragar los nervios, comenzábamos a ser monserratenses, adjetivo que se
carga con poca modestia.
La torre del reloj de un amarillento descolorido y
manchado marcaba con una melodía las 7:15 de la mañana del mes de marzo en la
ciudad de Córdoba.
Las palomas que llenaban cada espacio del ciprés
antiquísimo y realmente alto volaban despavoridas por el ruido de las
campanadas y mi corazón al igual que el de ellas comenzaba a acelerarse.
Que mis pasos se aunaran con las pisadas que cargaban aquellas
baldosas con sus colores ya desvaídos por siglos de ser transitadas no era poca
cosa.
El aire denso de historia y los murmullos colmaban los
claustros.
El aroma a madera vieja completaba el ambiente en el
que se podían respirar aires ilustres.
¡Y cómo no sentir aquellos aires ilustres!, si desde
tiempos de la colonia el Colegio Nacional de Monserrat había albergado entre
sus gruesos muros a aquellos que serían parte de la historia argentina y
americana, sino también, formado intelectuales con aquella luz monserratense y
el prestigio de la Universidad Nacional de Córdoba. Padres de la patria,
líderes de la reforma universitaria, presidentes, escritores, artistas y muchos
otros que se escapan de mis recuerdos se formaron con el legado humanista y rebelde
de los fundadores jesuitas. Siempre con libertad de espíritu y la mirada fija
en la educación que como bandera lleva la frase «En virtud y en letras».
¿Cómo ese orgullo tan grande en mis tan solo diez años
fue instantáneo? Simplemente supe que uno de los más grandes sentimientos es
ser monserratense.
Nacida en Córdoba (Argentina), tiene veintitrés años
Estudiante de Comunicación Social en la Universidad Nacional de Córdoba
Escritora y periodista
(XV Antología)
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