«… Y así, sentado en
un banco de granito a los pies del jesuita, aguardaba pacientemente la llegada
de la comitiva que en breve reuniría, en tan reducido espacio, aquellos mundos
tan distantes. El de los estudiantes, el oficial y el mío, que ahora se
encontraban bajo la mirada impasible y centenaria del agraviado misionero»
(pág. 160, Nicolás Aranda, «Bajo una misma mirada»).
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