LA MISIÓN
La muerte
de Ennio nos ha afectado a todos. Sobre todo a mi
primo Alberto, cuyo padre, mi tío Antonio, tuvo gran amistad con
él. Tanta que al nacer su primer nieto, el hijo de
Alberto, propuso que se llamara Ennio, un nombre poco usual en
España. Se trataba, según él, de propiciar que el recién
nacido recibiera el don de la música al llamarse como el gran
compositor italiano. En esta familia todos somos melómanos. Esa
pasión ha sido como una herencia familiar, una tradición de la que todos
estamos muy orgullosos.
Mi tío
Antonio guardaba copia de muchas partituras renacentistas y barrocas,
conseguidas en los archivos de universidades fundadas en el Nuevo Mundo
durante los siglos xvi y xvii, entre ellas la Universidad
de San Marcos en Lima, la Universidad de San Francisco Javier en Bogotá,
la Universidad de San Gregorio Magno en Quito, una universidad regida
por los jesuitas, o la Universidad de San Francisco
Xavier en Sucre.
Me he
referido específicamente a la universidad jesuítica de Quito porque hace
casi cuarenta años, cuando mi tío Antonio estaba en plenitud de
facultades, le dijo a mi padre que le había escrito Ennio solicitándole
información sobre archivos catedralicios de la América española. Le habían
encargado la banda sonora de una película sobre las reducciones del
Paraguay, unas misiones donde los jesuitas intentaban cristianizar a los
nativos guaraníes. Debía componer unas canciones corales para la secuencia
final del film y quería inspirarse en las composiciones de la época. Mi
tío le dijo que precisamente había recopilado durante años
partituras procedentes de las universidades y de las capillas catedralicias de
la América española. Se las proporcionó.
Lástima que
no se cite a mi tío Antonio en los títulos de crédito de La misión.
Francisco Javier Aguirre
Logroño (La Rioja), 1945
Escritor
(XV Antología)
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