«Todo era nervios. ¿Cómo podía no serlo? Si siendo tan pequeña me
encontraba frente a una puerta inmensa contra mi metro cincuenta. Disfrazados
de adultos con corbatas ajustadas que no dejaban tragar los nervios,
comenzábamos a ser monserratenses, adjetivo que se carga con poca modestia…»
(pág. 172, Martina Bertolotto, «Sentir la historia»).
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